Prácticamente
todos los manuales de “buena crianza” ensalzan el poder del elogio.
De hecho,
no faltan los gurús de autoayuda que sugieren que lo mejor que un padre puede
hacer por sus hijos es sentar las bases de su autoestima mediante un flujo de
elogios constante.
Dile
a tu hijo cuán inteligente es cuando pasa un examen.
Resalta su vena artística
cuando dibuja algo bonito.
Celebra sus habilidades deportivas cuando marca un
gol o gana una carrera…
De acuerdo con este enfoque, la negatividad debe ser desterrada
del ámbito familiar, para focalizarnos exclusivamente en los éxitos del niño.
En realidad, se trata de una idea bastante básica: decirle a los niños que son
una maravilla hará de ellos personas confiadas y felices, con una buena
autoestima.
Sin
embargo, en todo esto hay un pequeño problema: se trata de un punto de vista
demasiado simplista y hasta utópico de la psiquis humana, que sigue derroteros
mucho más complejos. Las investigaciones sugieren que decirles a los niños que
son brillantes y que rebosan talento puede ser terrible.
El
experimento que echó por tierra los beneficios del elogio.
A
finales de 1990, dos psicólogos de la Universidad de Columbia llevaron a cabo
un programa a gran escala sobre la psicología del elogio.
En sus experimentos
participaron más de 400 niños, con edades comprendidas entre 10 y 12 años. Uno
de los estudios más interesantes estuvo compuesto por cuatro fases.
En
la primera etapa, los niños se sometieron a un test de inteligencia.
Cuando
terminaron, los experimentadores se llevaron las pruebas y calcularon las
puntuaciones, pero les dieron a los pequeños una retroalimentación falsa.
A
algunos niños les dijeron que lo habían hecho bien, que habían resuelto
correctamente el 80% de los problemas.
A otro grupo les dijeron que debían ser
pequeños genios para haber podido resolver tantos rompecabezas. Y a un tercer
grupo simplemente no les dijeron nada.
Según
aquellos que promueven el poder del elogio, el simple hecho de pasar unos
segundos alabando la capacidad del niño, puede tener un efecto muy positivo
sobre su desempeño. Sin embargo, los resultados no solo revelaron que esta
hipótesis no era cierta sino que además mostraron que los elogios tenían un
efecto negativo.
En
la segunda etapa del experimento, los investigadores les dijeron a los niños
que podían elegir entre dos tareas: una era muy difícil (un desafío en el que
podían fracasar) y otra era fácil (probablemente la harían bien pero
aprenderían muy poco). Curiosamente, aproximadamente el 65% de los niños que
habían sido elogiados y catalogados como “genios” optaron por la tarea fácil.
Solo el 45% de los niños a los que no se les dijo nada escogió la tarea más
sencilla.
Así,
se apreció que los pequeños que habían recibido muchos elogios eran más
propensos a evitar los desafíos y las situaciones difíciles, apostando por las
tareas más fáciles. Obviamente, no se trata de una buena noticia. Pero lo peor aún
estaba por llegar.
En
la tercera etapa del experimento, los investigadores les facilitaron a los
niños más problemas. Esta vez eran aún más difíciles que los primeros a los que
se habían enfrentado. Al terminar, les preguntaron si habían disfrutado de la
tarea y si les gustaría llevarse problemas similares a casa. Entonces surgieron
diferencias aún más dramáticas entre los grupos. Los niños que habían recibido
más elogios reconocieron que habían disfrutado menos de la actividad y eran
menos propensos a seguir resolviendo problemas en casa.
En
la cuarta y última etapa del experimento, los investigadores les pidieron a los
niños que hicieran una prueba final. Se trataba de resolver una serie de
rompecabezas bastante sencillos, del mismo nivel de complejidad de los que les
presentaron por primera vez. En este punto, se apreció que quienes habían sido
elogiados, obtuvieron puntuaciones más bajas que los demás, e incluso eran
peores que las suyas, al inicio del experimento.
En
resumen, los niños cuya inteligencia fue más elogiada:
Preferían
evitar los retos, apostando por tareas más sencillas, aunque no le aportasen
nada nuevo.
Disfrutaban
menos de la actividad.
Mostraron
una disminución del rendimiento, cometiendo más errores.
¿Por
qué el elogio puede tener efectos tan devastadores?
Existen
diferentes factores en juego. Es cierto que decirle a un niño que es muy
inteligente hace que se sienta bien, pero también puede generar miedo al
fracaso, de forma que el pequeño quiera evitar las situaciones difíciles, los
retos en los cuales podría quedar mal, si no tiene el éxito que los demás
esperan de él. Las expectativas de éxito se convierten, por ende, en una
limitación.
Por
otra parte, el niño podría interpretar ese elogio como la indicación de que no
tiene que esforzarse para alcanzar un buen desempeño, después de todo, él ya es
un “genio”. Por consiguiente, es probable que se sienta menos motivado, que
preste menos atención y que se equivoque, obteniendo así malos resultados.
Cuando
se percate de que en realidad no es un “genio”, su autoestima se hará trizas.
De hecho, el impacto psicológico de un mal resultado no es algo que se deba
tomar a la ligera. Para los niños, la valoración y aceptación social son muy
importantes. Tanto es así que en ese mismo experimento, el 40% de los niños que
habían sido muy elogiados mintieron sobre su desempeño al resto de sus
coetáneos, mientras que solo el 10% de los otros niños mintió para quedar bien
ante los ojos de los demás.
¿Todos
los elogios son malos?
En
realidad, no es así. De hecho, solo nos hemos referido a dos de los tres grupos
de niños que participaron en el experimento. Hubo un grupo al que solo se le
dijo: “Lo has hecho bien, te has esforzado y has resuelto correctamente el 80%
de los problemas”. Estos niños se comportaron de manera muy diferente al resto.
Cuando se trataba de elegir entre una tarea difícil y una fácil, solo el 10% de
ellos seleccionó la opción fácil. También indicaron que disfrutaron del desafío
y obtuvieron los mejores resultados en la última tanda de problemas, mejorando
incluso sus propias puntuaciones.
¿Qué
significa esto?
Ante
todo, se debe notar que los investigadores no elogiaron la capacidad en sí
(inteligencia), sino los resultados alcanzados y el esfuerzo. De esta forma, se
logró motivar a los niños pero, a la vez, se evitó que se instaurara el miedo
al fracaso. También se logró que no se confiaran, ya que no atribuían sus
resultados a una característica innata sino al trabajo realizado.
Entonces…
¿cómo deben ser los elogios para promover una autoestima sana?
Es
muy fácil caer en la trampa del elogio fácil, para lograr que el niño se sienta
bien. Sin embargo, las investigaciones demuestran que esos elogios pueden tener
un efecto muy perjudicial. Por eso, cuando vayas a elogiar a tu hijo, ten en
cuenta estas tres reglas de oro:
1.
Elogia el esfuerzo, no la capacidad
Se
dice que el genio se hace con 1% de talento y 99% de trabajo duro. Estas
proporciones pueden variar pero de lo que no hay dudas es de que el talento no
sirve de nada, si la persona no se esfuerza por desarrollarlo. Por eso, es
importante que siembres en tu hijo la idea de que para conseguir algo, es
necesario dedicarle tiempo, energía y tesón. Resalta su empeño, no la capacidad
que se encuentra en la base. Por ejemplo, si marca un gol en el partido, no le
felicites solo por el punto, asegúrate de reforzar la perseverancia a lo largo
de todos los días de entrenamiento.
2.
No exageres, especifica
Los
elogios excesivos, como por ejemplo: “eres un gran pintor” o “eres un genio”
normalmente son excesivos y pueden tener un efecto contraproducente, sobre todo
en los niños que tienen una baja autoestima. Es mejor que te centres en el
resultado. Expresa lo que te ha gustado, por ejemplo puedes decirle: “me ha
gustado mucho tu dibujo” o “has resuelto muy bien ese problema”. Este tipo de
elogios es más realista y objetivo, por lo que no corres el riesgo de aumentar
de manera artificial la autoestima del niño. Recuerda que una autoestima
artificial es tan dañina como una autoestima baja.
3.
No añadas presión, motiva
Algunas
veces, los padres se miran en sus hijos, por lo que exageran los elogios ya
que, de cierta forma, es como si se los hicieran a sí mismos. No se dan cuenta
que de esta forma solo añaden una presión innecesaria, que puede generar un
profundo miedo al fracaso. Por eso, asegúrate que tus elogios no son una
ulterior fuente de ansiedad para el pequeño, sino que sirven para mantenerle
motivado.
Hazle
saber que le amas de manera incondicional, más allá de sus logros y errores. De
esta forma también evitas que el niño se haga dependiente de la valoración de
los demás, por lo que desarrollas su autoconfianza y seguridad.
http://consejosdelconejo.com/2015/10/14/elogios-que-destruyen-por-completo-la-autoestima-infantil/
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