Ponerse
a plan: segunda parte (la dieta)
Ahora
que ya ha quedado claro que haciendo gimnasia sólo vas a conseguir que te
aplaudan en Urgencias, lo único que puedes hacer para perder peso es ponerte a
dieta. Si eres de genética corroncha, probablemente ya hayas probado muchas: la
dieta de la alcachofa, la disociada, la Dukan, la de atarte a una farola…
Además tu cuñado, que es el poeta de la mousse, te habrá recomendado que hagas
la dieta del cucurucho mientras te da codazos en el costado mugiendo de risa.
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“Es que yo retengo líquidos”. Sí, claro que retienes: la bechamel y la salsa
rosa sobre todo.
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“Es que me ha cambiado el metabolismo”. Cómo no te va a cambiar el metabolismo,
si lo único que te haces a la plancha son las camisas.
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“No sé por qué engordo tanto, si yo como igual que un pajarito”. Si un pajarito
comiera lo que comes tú, no le llegaban las patas al suelo.
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“Yo estoy gruesito de los nervios”. No, hijo, los nervios no engordan, lo que
engorda es mojar el pan hasta la manga del pijama.
¿Y
cómo poner remedio? Si consultas a los expertos (realmente tú no consultas; ya
se meten ellos a opinar sin que nadie los llame), verás que no se ponen de
acuerdo entre sí. Tu madre te dice que a ti lo que te engorda son las cenas, la
vecina del 4ºB opina “de que” son los bollos y las “picsas” y que hay que comer
mediterráneamente –aunque ella pesa sus cien kilos lirondos–, y el conserje te
cuenta que su primo se cosió el yeyuno y ahora corre la San Silvestre.
Es
muy normal que cuando quieres rebajar el fuagrás de las caderas, te vengas
arriba y llenes la cocina de cosas sanas y ligeras que se acaban pudriendo: un
pimiento chuchurrido, medio tomate, un paquete de zanahorias… Tú vas viendo día
a día como todas esas verduras agonizan y se mustian mientras te atiborras de
cualquier cosa que lleve la etiqueta de la Casa Tarradellas.
Otra
opción es ir al endocriminólogo, que es un señor que te prohíbe todo aquello
por lo que merece la pena vivir, y que dice que el alcohol engorda, que lo
blanco del jamón y las croquetas no son verduras, y que necesitas más fibra,
aunque ya tengas los 30 megas. Luego va y te pone una dieta de 1,500 kcal. al
día, que eso lo consumes tú sólo tragando saliva y chupando las tapas de aluminio
de los quesos de untar.
Cuando
vas a desayunar y lees “50 gramos de jamón york” te da la impresión de que
estás traficando con el embutido y que si te pasas deja de ser autoconsumo.
Además con esas dietas hipocalóricas se te pone humor de alcaldesa de Valencia.
Por eso al final decidimos adelgazar por nuestra cuenta. Realmente perder peso
no es tan complicado si seguimos unas cuantas pautas sencillas:
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Comer cinco veces al día. Esto es muy fácil cumplirlo. Yo a veces como hasta
siete u ocho veces.
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Tomar cinco piezas de fruta y verdura al día. El otro día, por ejemplo, me comí
tres melones y dos repollos y no pasé ni pizca de hambre.
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Cenar una ensalada. Yo le pongo lechuga, cebollita frita, bacon, picatostes,
queso, maíz, torreznos y pollo empanado. Así te vas a la cama sin hambre y
duermes como la vaca que ríe. Los ronquidos te indicarán que el tránsito va
fluido.
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Una fruta de postre. Por ejemplo una tarta de manzana, que es fruta y es postre
a la vez.
Con
todos estos consejos conseguirás mantenerte a régimen dos o tres semanas, que
es el tiempo medio que dura una dieta. Transcurrido ese plazo, lo más normal es
que te levantes una noche de madrugada, vayas a la cocina descalzo y en ropa
interior y asaltes la nevera pero sin hacer prisioneros, comiéndote el chorizo
hasta la cuerda. Que te van a faltar manos y mofletes para dejar el frigorífico
como los probadores del Primark.
fuente: el país
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