Vivencias sin maquillaje-LIV ULLMANN
Liv Ullmann se casó y divorció dos veces. Su primer
matrimonio fue con el psiquiatra Hans Jacob Stang. En los años 80 se casó con
Donald Saunders, de quien se divorció en 1995, pero siguieron viviendo juntos
hasta 2001. Tiene una hija, Linn Ullmann, con Ingmar Bergman, según su
autobiografía (Changing, 1977).
“Nunca miro atrás”, le dijo Ingrid Bergman a la actriz Liv
Ullmann, su compañera de reparto en su última película, Sonata de otoño (1979).
Enferma de cáncer, la actriz parecía dispuesta a no dejarse abatir por la
enfermedad, a seguir actuando hasta que su cuerpo dijera basta. Mujer de
fuertes convicciones y pasiones se negó a ser solo una imagen y se convirtió en
una de las grandes estrellas de la época dorada de Hollywood gracias a que
siempre tuvo presente la importancia de ser ella misma. “El mundo venera la
originalidad”, era otra de las máximas de esta legendaria actriz, ganadora de
tres Oscars e innumerables premios y que cumpliría 100 años el día 29 de
agosto, el mismo día en que murió en 1982.
La editorial Schirmer/Mosel celebra su centenario con la
publicación de Ingrid Bergman, A Life in Pictures. “No es sólo el retrato de
una mujer, es también un recorrido por dos formas de arte que tienen poco más
de vida que un siglo; el cine y la fotografía”, dice Isabella Rossellini, hija
de la artista. Fotografías inéditas procedentes de archivos personales, foto
fijas de rodajes, así como los retratos realizados por David Seymour o las
fotos robadas por los paparazi, sirven de repaso a toda una vida y 44
películas.
Ya de niña supo que quería ser actriz, mientras posaba para
su padre, Justus Bergman, un fotógrafo sueco. Huérfana a los 13 años, siguió su
camino dispuesta a vencer su timidez hasta convertirse en una actriz de éxito
en Suecia y Alemania. No sin antes haberse casado con un dentista sueco. Así
llegó a las puertas de Hollywood en 1939, para hacer una adaptación de
Intermezzo (1939) junto a Leslie Howard. Allí le esperaba el productor David O.
Selznick, quien intentó adaptar su belleza etérea a los estándares
hollywoodienses. Ella se negó. No quiso cambiar sus dientes, ni sus cejas, ni
su nariz; tampoco su nombre. Su naturalidad se convirtió en uno de sus
atributos. Pero su éxito también tuvo que ver con una mezcla de honestidad,
inteligencia y sensualidad.
“Vas a arruinar tu carrera intentando cambiar y hacer cosas
distintas” le dijo el director de Casablanca, Michael Curtiz, al ver su
desilusión por sentirse encasillada de nuevo en el papel de chica guapa. Sin
embargo, fue el papel de Ilsa el que le lanzó al estrellato, demostrando su
capacidad interpretativa, al enfrentarse a un papel en el que los guionistas aún
no habían determinado en brazos de cuál de sus dos enamorados iba a acabar. Más
tarde sería una de las actrices fetiches de Alfred Hitchcock. “Ingrid, finge”
le aconsejó el director, ante su queja de no poder interpretar una emoción.
Conservó hasta el final la carta de Robert Capa, del que se
enamoró
Entre las 385 fotos que componen el libro destaca la
reproducción de la carta que le enviaron los fotógrafos David Seymour y Robert
Capa invitándola a cenar. La conservó hasta el final. Marcaba el comienzo de un
amor imposible, el suyo con el intrépido Capa. Bergman se enamoró de su
espíritu libre e independiente. Fue probablemente Capa quien le habló de Roma
Ciudad abierta, la película del cineasta Roberto Rossellini. La actriz sueca no
tardó en ofrecerse a trabajar con él. Y así llegó el escándalo. Bergman se
enamoró del italiano, casado y con dos hijas, y se quedó embarazada durante el
rodaje de Stromboli (1952). El mismo público americano que le había idolatrado,
y había hecho de ella un símbolo de perfección moral, la rechazaba.
Su aventura italiana duró poco más de tres años. Volvió
entonces a triunfar en suelo americano con su interpretación en Anastasia
(1958) y a reanudar su vida amorosa con un productor de teatro sueco, Lars
Schmidt. Durante casi medio siglo de interpretación, nos acostumbró “al brillo
de la punta de su nariz, ese brillo típico de las actuaciones que no aparentan
serlo en absoluto, si no que aparentan ser vivencias sin maquillaje”, tal y
como la describió Graham Green en su crítica de Intermezzo.
PERIODICO EL PAÍS
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