De todos los derechos personales, el más importante es el
derecho a cometer errores. Se necesita mucha valentía para asumir dignamente la
equivocación, sin excusas, de cara y con la tranquilidad del que ha obrado
conforme a su consciencia. Hegel dijo, "Ten el valor de equivocarte",
lo cual no significa, "equivocarte mucho". La idea de aceptar la
posibilidad de fallar no es exaltar el descuido, sino eliminar el temor
irracional y la exigencia asfixiante de que las cosas deben aproximarse a la
perfección, es decir, a una super excelencia difícil de alcanzar.
Recuerdo un joven que fracasaba en los exámenes porque
quería estar seguro de que todas las respuestas fueran correctas. El problema
era que la revisión se volvía obsesiva y perdía demasiado tiempo. O era el
último en entregar la tarea o ésta quedaba incompleta. La búsqueda de la
certeza total y el "no error", lo volvía especialmente lento e
ineficiente. Logró sacudirse del problema cuando asumió una posición más
relajada frente a su perfeccionismo. No implicaba dejar de estudiar, sino
aceptar la equivocación como parte natural de su desempeño. Más aún, se le dijo
que debía equivocarse para mejorar. Paradójico, pero funcionó. Su pensamiento
se reestructuró así: "Estudié lo suficiente. Fuí responsable. Si me va
mal, me importa un rábano...Mi vida no depende de un ridículo examen...Da lo
mismo un tres que un cinco...No voy a ser tan cuidadoso". Al liberar la
mente del peso de eficacia, su ansiedad bajó y su ejecución mejoró
sustancialmente.
Para un individuo con altos estándares de adecuación, la
vida se parece bastante a una oficina de control de calidad. Si los
acontecimientos se salen del cauce previsto, se dispara el estrés, la
incomodidad y hasta la agresión. Una fila de camisas mal alineadas, una foto
mal colocada, una silla corrida, un vaso fuera de su sitio, una manchita
insignificante, una llegada tarde, un gesto inadecuado o una cambio de planes,
alborota el avispero. Caos, angustia, desajuste, regaños, quejas y
señalamientos de todo tipo. "¡La vida no fué por donde yo quería que
fuera!". Pataleta y berrinche. La
quisquillosidad es una enfermedad tan grave como la peor.
Los perfeccionistas no han comprendido que la realidad
objetiva es una curva de probabilidades, y no una medición dicotómica (vg. todo
o nada, bueno o malo, blanco o negro). Por ver los extremos no procesan los
matices. Por ver el árbol, no ven el bosque. No estoy diciendo que se deba ser
descuidado; en el conocimiento técnico, la exactitud es necesaria. Nadie duda
que un físico nuclear o un cirujano plástico deban ser precisos y minuciosos a
la hora de actuar. Lo que se señala es que en lo psicológico, en el estilo de
vida, la rigurosidad exagerada y el escrúpulo compulsivo, no son recomendables
para una convivencia tranquila y pacífica.
No necesitas andar con un metro a cuestas midiendolo todo,
recogiendo pistas y buscando el detalle que faltaba. La actitud cositera es
desgastante, cansona y patológica, porque las cosas no siempre encajan. Por más
que intentemos romper las tablas del azar, la infalibilidad es un invento de
mal gusto. En cada uno de nosotros existe una clase de "desorden
constructivo"? y una tendencia universal a meter la pata, que nos hace
deliciosamente humanos y afortunadamente imperfectos.
Por: Walter Riso -
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